Marina Sánchez de Prager
Universidad Nacional de Colombia sede Palmira
Gracias a su trabajo con comunidades campesinas del Valle del Cauca, la ingeniera agrónoma y docente de la Universidad Nacional sede Palmira, Marina Sánchez de Prager, ha contribuido, no solo al empoderamiento femenino, sino también a la dignificación del conocimiento empírico de los agricultores.
Marina inició su carrera por amor a la biología, y a medida que fue conociendo el tema de tecnologías blandas que pueden utilizar las comunidades rurales, para potenciar la producción de sus parcelas, se sintió atraída a seguir estudiando y a contribuir a la sociedad.
“Yo estudié en la Universidad Nacional de Colombia sede Palmira. He tenido la oportunidad de hacer dos maestrías y un doctorado. Una maestría en Administración Educacional, en la Universidad del Valle, y otra en Suelos con énfasis en Microbiología, en la Universidad Nacional. Mi doctorado es en Tecnologías Agroambientales, de la Universidad Politécnica de Madrid. Soy fruto de la educación pública, y sé que eso debo devolverlo en servicio social y en formación para las nuevas generaciones”.
Como docente, dice que ha vivido el reflejo machista de la sociedad en la academia, y el proceso de abrirse paso en un mundo que poco a poco va cediendo ante la presencia femenina. También, ha tenido la oportunidad de reconocer el valor de la mujer fuera del aula, en el campo.
Desde sus grupos de investigación, se ha propuesto a trabajar con redes de campesinos organizados, dándole relevancia a mujeres y jóvenes, con quienes se ha establecido una comunicación horizontal, pues, según su experiencia, ellos les han aportado mucho aprendizaje con sus experiencias.
“Nos encontramos con mujeres que son supremamente inteligentes y emprendedoras, que participan de nuestras actividades de capacitación, y que cumplen un papel fundamental, no solo en el hogar, sino también en la agricultura”.
Recordó que, durante un proyecto que se enfocaba en las enfermedades del maracuyá, las mujeres participantes iniciaron huertas agroecológicas, en zonas de monocultivo del fruto, y cada fin de semana salían a los mercados a vender sus productos, contribuyendo a la economía familiar, mientras que llegaba el cultivo principal.
“A partir de una profesión como la ingeniería, hemos observado cómo surge el reconocimiento de la mujer en la sociedad, en la familia y en sus relaciones. Ahora es algo que tenemos presente, contar con todos los actores familiares en nuestras actividades, para darles un lugar en los procesos”, expresó.
También, reconoció la innovación innata que se vive en los campos colombianos, donde muchas veces, y sin intervención de investigadores, ya han descubierto procedimientos que se viven en los laboratorios. La siembra de policultivos, para evitar las plagas, sin uso de fertilizantes, es otro de los puntos que le ha permitido encontrarse cara a cara con los campesinos, en el intercambio de conocimiento.
“Cuando les contamos a los agricultores que para evitar enfermedades en el tomate, debía sembrarse rodeado de cilantro, ellos nos confirmaron que ya lo sabían y lo habían realizado. Este es un saber que nosotros complementamos con la ciencia, y que debe circular, sin patentes ni propiedad intelectual, para que la sociedad se fortalezca”.
Para la ingeniera, la vida funciona en la cooperación y no en la competitividad, y la mujer tiene una vocación de servicio arraigada a su género, la cual debe ser aprovechada en cualquier entorno.
“Mi mensaje para las mujeres y para los seres humanos en general es, en primera instancia, favorecer la autoestima, porque ese es el camino que constituye el ‘Yo puedo’. También, saber que para sentirnos bien, no necesitamos ningún tipo de drogas; tener sueños y objetivos es lo que nos motiva y nos permite construir. Debemos reconocernos a nosotras mismas. Es fácil decirlo, pero es un gran aprendizaje de vida”.
Foto: Cortesía Unidad de Medios, Universidad Nacional sede Palmira.